Me subo al Bus y pico mi billete. No es que lo haga muy a menudo, pero de vez en cuando, cuando la moto no va bien, subo a este transporte público mucho más amable que el Metro.
Todos los asientos están ocupados, excepto uno que está pegado a la ventana. Este asiento está obstaculizado por otro que ocupa un señor mayor, que está sentado en el asiento de al lado, que da al pasillo.
Le pido permiso y me resopla. Me explica que en dos paradas subirá un amigo suyo.
Lo miro como diciendo “no se puede ocupar el asiento”
e insisto y le digo
-Permiso, me gustaría sentarme
-Pase – me dice sin moverse siquiera. Y me obliga a pasar por 20cm que me instan a pegarme a él y a su sudor, pasando mi partes obscenas cerca de su cara, ante su sonrisa radiante.
A los 2 minutos, sube otro señor mayor, y se acerca a mi asiento
-¡Levántese! me quiero sentar
– ¿Es su amigo? – Pregunto al de al lado-
– No, no lo conozco, pero tiene derecho a su asiento.
– Creo que no se ha dirigido a mi con demasiado respeto. Tiene prioridad a su asiento, pero no tiene derecho a hablarme así y darme ordenes, le pediría por favor que…
– ¡Que juventud más impertinente! Cuando yo era joven…
Intento salir de mi asiento bloqueado y el primer anciano, vuelve a quedarse en su sitio sonriendo a mis parte bajas mientras me mira a la cara y me guiña el ojo.
El segundo anciano, apoyado sobre el respaldo del asiento delantero, obstruye aún más mi salida.
Salgo como puedo y tropiezo.
Los ancianos ríen
Desde el suelo, y con el conductor mirando la escena mientras grita ¡Sujétense!, clava los frenos y yo grito